De Giuliana Kiersz

Decir que las obras reunidas en este volumen hablan de mujeres fugitivas, desencuentros amorosos e incursiones sobrenaturales es tan posible como inexacto. La impersonalidad como investigación sobre el lenguaje arroja lugares y personajes carentes de cualquier marca identitaria: las voces no tienen nombre ni son unívocas, no hay datos que sugieran una época determinada, los sitios son desconocidos. Sin embargo el ritmo y la acción no permiten desviar la atención.

En abierta tensión con los límites del género dramático, aquí la escritura adquiere alternativamente las formas del registro poético y del narrativo. A través de paisajes abiertos y desoladores; entre objetos siniestros, malpensados y comportamientos tangentes, los textos de esta trilogía se sostienen sobre plataformas inestables que generan nuevas ingenierías del escribir.

Con la curiosidad intrusa que pica a un bicho con un palo, o la alerta y el agotamiento de un perro lastimado, la dramaturgia se percibe como una descarga en campo abierto: dispersa y direccionada. El continuum de una ruta que línea a línea hace camino, en kilómetros por minuto sin dimensionar. Leer a Giuliana Kiersz implica afrontar la crudeza de una teatralidad del pensamiento.

Luces blancas intermitentes

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Decir que las obras reunidas en este volumen hablan de mujeres fugitivas, desencuentros amorosos e incursiones sobrenaturales es tan posible como inexacto. La impersonalidad como investigación sobre el lenguaje arroja lugares y personajes carentes de cualquier marca identitaria: las voces no tienen nombre ni son unívocas, no hay datos que sugieran una época determinada, los sitios son desconocidos. Sin embargo el ritmo y la acción no permiten desviar la atención.

En abierta tensión con los límites del género dramático, aquí la escritura adquiere alternativamente las formas del registro poético y del narrativo. A través de paisajes abiertos y desoladores; entre objetos siniestros, malpensados y comportamientos tangentes, los textos de esta trilogía se sostienen sobre plataformas inestables que generan nuevas ingenierías del escribir.

Con la curiosidad intrusa que pica a un bicho con un palo, o la alerta y el agotamiento de un perro lastimado, la dramaturgia se percibe como una descarga en campo abierto: dispersa y direccionada. El continuum de una ruta que línea a línea hace camino, en kilómetros por minuto sin dimensionar. Leer a Giuliana Kiersz implica afrontar la crudeza de una teatralidad del pensamiento.