De Duen Sacchi

En el principio era la flor en lugar de la lengua. Ficciones patógenas podría describirse como un relato o un conjunto de relatos sobre la naturaleza, si no fuera porque la naturaleza no existe. Pequeño problema ontológico-políticoque empuja la posibilidad de la enunciación científica hacia un precipicio narrativo. Es así como este libro se convierte en un experimento contra-científico sobre "nuestra naturaleza, así juntito, como no podría ser de otra manera". Para llevar a cabo este experimento, Duen Sacchi mezcla, como en un aquelarre literario, los huesos y los genitales con las flores del tomate, con la salvia y el jazmín, con la sangre y con los tilos, con las mariposas y con las sandías, con el Yuchán y la corteza de Lapacho. El lector lee como huele: se come, como Adán, un libro dulce, a veces nauseabundo, pegajosamente embriagante, uno de esos libros cuyo olor no es posible quitarse de la piel. Un libro que se deshace en las manos como la manzana de Sodoma. Un libro en el que al cuerpo se le saca la piel como se pega un fruta. Para descubrir que un cuerpo no está hecho de carne y huesos, sino de flores y frutos, de mapas y de leyes de la colonia, de cifras contadas con dientes y letras que entraron con sangre. En esta botánica de lo humano monstruoso, la raíz de la mandrágora y su forma extrañamente humana ocupa el lugar que el insecto tiene en la metamorfosis de Kafka, es el operador de la monstruosidad como forma interna e invisible de lo humano. Paul Preciado

Ficciones Patógenas

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En el principio era la flor en lugar de la lengua. Ficciones patógenas podría describirse como un relato o un conjunto de relatos sobre la naturaleza, si no fuera porque la naturaleza no existe. Pequeño problema ontológico-políticoque empuja la posibilidad de la enunciación científica hacia un precipicio narrativo. Es así como este libro se convierte en un experimento contra-científico sobre "nuestra naturaleza, así juntito, como no podría ser de otra manera". Para llevar a cabo este experimento, Duen Sacchi mezcla, como en un aquelarre literario, los huesos y los genitales con las flores del tomate, con la salvia y el jazmín, con la sangre y con los tilos, con las mariposas y con las sandías, con el Yuchán y la corteza de Lapacho. El lector lee como huele: se come, como Adán, un libro dulce, a veces nauseabundo, pegajosamente embriagante, uno de esos libros cuyo olor no es posible quitarse de la piel. Un libro que se deshace en las manos como la manzana de Sodoma. Un libro en el que al cuerpo se le saca la piel como se pega un fruta. Para descubrir que un cuerpo no está hecho de carne y huesos, sino de flores y frutos, de mapas y de leyes de la colonia, de cifras contadas con dientes y letras que entraron con sangre. En esta botánica de lo humano monstruoso, la raíz de la mandrágora y su forma extrañamente humana ocupa el lugar que el insecto tiene en la metamorfosis de Kafka, es el operador de la monstruosidad como forma interna e invisible de lo humano. Paul Preciado