La Basílica

León Ferrari

 

Edición al cuidado de Silvia Badariotti

Prólogo de Agustín Díez Fischer


 

Es 1985 y, desde hace dos años, León Ferrari y su compañera Alicia han comenzado un largo retorno al país. Exiliados en Brasil a causa de la infame dictadura cívico-militar en la Argentina, y con residencia en San Pablo desde 1976, vivirán de manera intermitente en la ciudad paulista y en Buenos Aires hasta 1991, año de su regreso definitivo.

Es 1985 y Ferrari crea La Basílica; retoma así un tipo de obra –el collage literario– en el que había incursionado en 1967 para elaborar Palabras ajenas (serán cuatro los que realice a lo largo de toda su producción). 

La Basílica posee una estructura teatral y es, además, anfibio: se trata del único de esta serie de textos en el que el artista incorpora imágenes. Los personajes de este drama –Jehová, Jesús, Adán, Eva, ángeles exterminadores y Ronald Reagan, entre otros– emiten discursos delirantes que no son más que la reproducción, a través de citas, de las nociones fundamentales de la cultura judeocristiana. Alojados en las negras fuentes bibliográficas de Occidente, los fragmentos extraídos de su contexto original revelan el mundo de espanto que promueve Occidente. Por fortuna, el demiurgo Ferrari agrega cierto humor agrio y propone quemar gatos para congraciarse con un dios, o confundir al público con sentencias confusas y olores contradictorios. 

Es 1985, la pasión y la fiereza están intactas, y Ferrari construye esta basílica –este monstruo bicéfalo de imágenes y palabras– demostrando cómo la letra con sangre entra y cómo todos los grandes angustiadores de cada época cumplen políticamente con sus amos.



 

Bío autor:

 

Desde sus vasos de cerámica realizados en 1954, en Milán, hasta sus últimas esculturas de alambre, el ingeniero y artista autodidacta León Ferrari (Buenos Aires, 1920-2013) desarrolló una producción multifacética cuya clave de lectura sintetiza así: “Hice y hago dos tipos de obras: algunas no tienen una intención ética −cuadros, dibujos abstractos, esculturas de acero, etc.−; en otras, uso la estética para cuestionar la ética de la cultura de Occidente”.

En 2004, transcurrido medio siglo de aquellas cerámicas, se organiza −en el C.C. Recoleta (Buenos Aires)− una retrospectiva con la curaduría de Andrea Giunta, quien precisa otro inicio: “El dispositivo transgresor que enciende la obra de León Ferrari se activó durante los años sesenta”. El artista ya no se detendrá: en ese período, crea Cuadro escrito (1964); se vincula con los artistas cercanos al Instituto Di Tella; presenta, a propósito de los bombardeos en Vietnam, La Civilización Occidental y Cristiana (1965) −obra retirada antes de la inauguración−; participa de Tucumán Arde (1968) y explora muchas de las direcciones que luego tomará su trabajo. Tampoco se detendrá durante su exilio en Brasil (1976-1991), ni en las décadas posteriores, en las que produjo, exhibió e intervino públicamente de manera imparable.

En la Navidad de 1997, como miembro fundador de CIHABAPAI (Club de Impíos, Herejes, Apóstatas, Blasfemos, Ateos, Paganos, Agnósticos e Infieles), solicitó al Papa la anulación del juicio final y de la inmortalidad; y en 2001, el desalojo y la demolición del infierno.

Sus trabajos integran prestigiosas colecciones nacionales e internacionales. Donó más de un centenar de obras a museos y a distintas instituciones.

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Es 1985 y, desde hace dos años, León Ferrari y su compañera Alicia han comenzado un largo retorno al país. Exiliados en Brasil a causa de la infame dictadura cívico-militar en la Argentina, y con residencia en San Pablo desde 1976, vivirán de manera intermitente en la ciudad paulista y en Buenos Aires hasta 1991, año de su regreso definitivo.

Es 1985 y Ferrari crea La Basílica; retoma así un tipo de obra –el collage literario– en el que había incursionado en 1967 para elaborar Palabras ajenas (serán cuatro los que realice a lo largo de toda su producción). 

La Basílica posee una estructura teatral y es, además, anfibio: se trata del único de esta serie de textos en el que el artista incorpora imágenes. Los personajes de este drama –Jehová, Jesús, Adán, Eva, ángeles exterminadores y Ronald Reagan, entre otros– emiten discursos delirantes que no son más que la reproducción, a través de citas, de las nociones fundamentales de la cultura judeocristiana. Alojados en las negras fuentes bibliográficas de Occidente, los fragmentos extraídos de su contexto original revelan el mundo de espanto que promueve Occidente. Por fortuna, el demiurgo Ferrari agrega cierto humor agrio y propone quemar gatos para congraciarse con un dios, o confundir al público con sentencias confusas y olores contradictorios. 

Es 1985, la pasión y la fiereza están intactas, y Ferrari construye esta basílica –este monstruo bicéfalo de imágenes y palabras– demostrando cómo la letra con sangre entra y cómo todos los grandes angustiadores de cada época cumplen políticamente con sus amos.



 

Bío autor:

 

Desde sus vasos de cerámica realizados en 1954, en Milán, hasta sus últimas esculturas de alambre, el ingeniero y artista autodidacta León Ferrari (Buenos Aires, 1920-2013) desarrolló una producción multifacética cuya clave de lectura sintetiza así: “Hice y hago dos tipos de obras: algunas no tienen una intención ética −cuadros, dibujos abstractos, esculturas de acero, etc.−; en otras, uso la estética para cuestionar la ética de la cultura de Occidente”.

En 2004, transcurrido medio siglo de aquellas cerámicas, se organiza −en el C.C. Recoleta (Buenos Aires)− una retrospectiva con la curaduría de Andrea Giunta, quien precisa otro inicio: “El dispositivo transgresor que enciende la obra de León Ferrari se activó durante los años sesenta”. El artista ya no se detendrá: en ese período, crea Cuadro escrito (1964); se vincula con los artistas cercanos al Instituto Di Tella; presenta, a propósito de los bombardeos en Vietnam, La Civilización Occidental y Cristiana (1965) −obra retirada antes de la inauguración−; participa de Tucumán Arde (1968) y explora muchas de las direcciones que luego tomará su trabajo. Tampoco se detendrá durante su exilio en Brasil (1976-1991), ni en las décadas posteriores, en las que produjo, exhibió e intervino públicamente de manera imparable.

En la Navidad de 1997, como miembro fundador de CIHABAPAI (Club de Impíos, Herejes, Apóstatas, Blasfemos, Ateos, Paganos, Agnósticos e Infieles), solicitó al Papa la anulación del juicio final y de la inmortalidad; y en 2001, el desalojo y la demolición del infierno.

Sus trabajos integran prestigiosas colecciones nacionales e internacionales. Donó más de un centenar de obras a museos y a distintas instituciones.