Más conocida por su único y extraordinario libro de cuentos, Ana Basualdo es, ante todo, periodista, un oficio que ha ejercido con pareja maestría por casi cincuenta años. El presente recopila por primera vez una selección de sus crónicas, las primeras escritas para el semanario Panorama a principios de los 70 y la última –sobre un bar en Barcelona como dinámica social– firmada antes de ayer. Este libro es un recorrido por épocas, lugares y personalidades muy distintos –Leonardo Favio y Amy Winehouse, Antonio Di Benedetto y Pablo Iglesias, la quinta de San Vicente y las confiterías de Buenos Aires–, pero un hilo dorado los enhebra a todos: la mirada y el oído prodigiosos de una cronista para la que cada palabra escrita brilla con luz propia.
«Conviene aclarar, a veces, desde dónde se habla. En este caso, incluso, desde qué fondo remotísimo se habla. Me hice periodista en Buenos Aires, en tiempos de ebullición política y de redacciones con máquinas de escribir Remington y copias (imposible añorar aquello) en papel carbónico, pero no de artículos en primera persona. La primera persona estaba prohibida o, mejor dicho, no pasaba su uso por la cabeza de nadie. No existía el artículo de opinión: “Al lector no le interesa lo que usted, periodista, meramente, opine. Investigue ese adverbio. Rómpalo», decía un maestro de nuestro oficio. Las habilidades y conocimientos y aficiones o caprichos de cada uno de los redactores hacían funcionar el organismo vivo de “la redacción”, y la autoría de la revista de información que (mientras la mafia represiva lo permitió) aparecía cada semana en los kioscos era colectiva, aunque muchos de los artículos llevaran firma y tuvieran rasgos propios. No son cambios, sino una mutación lo que ocurrió, desde entonces y allá lejos hasta hoy, en el otoño barcelonés de 2016. El tema es largo y sangrante, sobre todo porque, según evidencias, ha muerto el periodismo entendido como ejercicio descriptivo poroso de fenómenos y aspectos de la realidad cambiante y mezclada, y enigmática, como todo lo que es mirado con interés sensible. Que es el interés constitutivo del oficio, cuando –dicho breve– no se lo modela hipotecado a agentes productores del encandilamiento o timo social».
Ana Basualdo
Ana Basualdo nació en Buenos Aires y vive en Barcelona. Se formó como periodista en el semanario Panorama. En 1975, tuvo que exiliarse a España, en donde trabajó en las revistas Triunfo, Destino, El Viejo Topo, Vogue y en los diarios El País y La Vanguardia. Su libro de cuentos Oldsmobile 1962 apareció por primera vez en Barcelona en 1985 y fue recuperado por Ricardo Piglia en 2012 en su colección de clásicos argentinos para el Fondo de Cultura Económica. Es editora de Autobiografía y diarios, de José Luis Cerveto (1978) y de Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), de Enrique Raab (Perfil, 1999), y autora del ensayo Paseos por Barcelona fugitiva. Rastros de la ciudad ácrata (Paso de Barca, 2015). En la actualidad, publica sus crónicas en la revista barcelonesa La Maleta de Portbou.
El presente. Crónicas
Más conocida por su único y extraordinario libro de cuentos, Ana Basualdo es, ante todo, periodista, un oficio que ha ejercido con pareja maestría por casi cincuenta años. El presente recopila por primera vez una selección de sus crónicas, las primeras escritas para el semanario Panorama a principios de los 70 y la última –sobre un bar en Barcelona como dinámica social– firmada antes de ayer. Este libro es un recorrido por épocas, lugares y personalidades muy distintos –Leonardo Favio y Amy Winehouse, Antonio Di Benedetto y Pablo Iglesias, la quinta de San Vicente y las confiterías de Buenos Aires–, pero un hilo dorado los enhebra a todos: la mirada y el oído prodigiosos de una cronista para la que cada palabra escrita brilla con luz propia.
«Conviene aclarar, a veces, desde dónde se habla. En este caso, incluso, desde qué fondo remotísimo se habla. Me hice periodista en Buenos Aires, en tiempos de ebullición política y de redacciones con máquinas de escribir Remington y copias (imposible añorar aquello) en papel carbónico, pero no de artículos en primera persona. La primera persona estaba prohibida o, mejor dicho, no pasaba su uso por la cabeza de nadie. No existía el artículo de opinión: “Al lector no le interesa lo que usted, periodista, meramente, opine. Investigue ese adverbio. Rómpalo», decía un maestro de nuestro oficio. Las habilidades y conocimientos y aficiones o caprichos de cada uno de los redactores hacían funcionar el organismo vivo de “la redacción”, y la autoría de la revista de información que (mientras la mafia represiva lo permitió) aparecía cada semana en los kioscos era colectiva, aunque muchos de los artículos llevaran firma y tuvieran rasgos propios. No son cambios, sino una mutación lo que ocurrió, desde entonces y allá lejos hasta hoy, en el otoño barcelonés de 2016. El tema es largo y sangrante, sobre todo porque, según evidencias, ha muerto el periodismo entendido como ejercicio descriptivo poroso de fenómenos y aspectos de la realidad cambiante y mezclada, y enigmática, como todo lo que es mirado con interés sensible. Que es el interés constitutivo del oficio, cuando –dicho breve– no se lo modela hipotecado a agentes productores del encandilamiento o timo social».
Ana Basualdo
Ana Basualdo nació en Buenos Aires y vive en Barcelona. Se formó como periodista en el semanario Panorama. En 1975, tuvo que exiliarse a España, en donde trabajó en las revistas Triunfo, Destino, El Viejo Topo, Vogue y en los diarios El País y La Vanguardia. Su libro de cuentos Oldsmobile 1962 apareció por primera vez en Barcelona en 1985 y fue recuperado por Ricardo Piglia en 2012 en su colección de clásicos argentinos para el Fondo de Cultura Económica. Es editora de Autobiografía y diarios, de José Luis Cerveto (1978) y de Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), de Enrique Raab (Perfil, 1999), y autora del ensayo Paseos por Barcelona fugitiva. Rastros de la ciudad ácrata (Paso de Barca, 2015). En la actualidad, publica sus crónicas en la revista barcelonesa La Maleta de Portbou.
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