"Marx nos enseñó también que el capitalismo es una máquina de apropiarse de todo aquello que lo pone en tela de juicio. La apropiación no es inocente, persigue la valorización. Así, el capital hizo del delito, de la representación y la lucha contra el delito, otra mercancía. No solo es la mejor fuente de trabajo para los sectores populares, la oportunidad de convertirse en policías y adquirir una identidad, un sueldo estable, una obra social pero también una cuota de autoridad; sino también para los sectores medios, una manera de convertirse en abogados, jueces, profesores universitarios, cronistas, actores, directores de cine y televisión. El delito en general, y sobre todo el delito callejero y predatorio en particular, el delito protagonizado por los más pobres y el miedo que inspira estas transgresiones, garpa, mueve los mercados. Hay gente que vive de la pobreza y la desigualdad. No hay justicia sin pobreza, no hay policías y toda la parafernalia que rodea a la seguridad privada sin desigualdad social, pero tampoco literatura, periodismo y cine. Gran parte de la industria cultural encuentra en el mundo de la pobreza una fuente de inspiración y rédito. La pobreza seduce y, en última instancia, suele ser la mejor escenografía para que otros actores proyecten los fantasmas que los asedian cotidianamente.
 
César González hizo del cine una manera de experimentar qué puede un cuerpo. Después de tantas películas y cortometrajes, tantas charlas y programas de radio, y, sobre todo, tanta poesía, llegó el momento de hacer un balance. En El fetichismo de la marginalidad el autor se detiene y hace un inventario. Sabemos que las cosas tienen sus historias y contingencias, pero también siguen rumbos donde juega el azar".
 
Esteban Rodríguez Alzueta, en el prólogo.

El fetichismo de la marginalidad

$18.900
$17.955 con Transferencia bancaria
Sin stock
El fetichismo de la marginalidad $18.900
Cambios y devoluciones
Si no te gusta, podés cambiarlo por otro o devolverlo.
"Marx nos enseñó también que el capitalismo es una máquina de apropiarse de todo aquello que lo pone en tela de juicio. La apropiación no es inocente, persigue la valorización. Así, el capital hizo del delito, de la representación y la lucha contra el delito, otra mercancía. No solo es la mejor fuente de trabajo para los sectores populares, la oportunidad de convertirse en policías y adquirir una identidad, un sueldo estable, una obra social pero también una cuota de autoridad; sino también para los sectores medios, una manera de convertirse en abogados, jueces, profesores universitarios, cronistas, actores, directores de cine y televisión. El delito en general, y sobre todo el delito callejero y predatorio en particular, el delito protagonizado por los más pobres y el miedo que inspira estas transgresiones, garpa, mueve los mercados. Hay gente que vive de la pobreza y la desigualdad. No hay justicia sin pobreza, no hay policías y toda la parafernalia que rodea a la seguridad privada sin desigualdad social, pero tampoco literatura, periodismo y cine. Gran parte de la industria cultural encuentra en el mundo de la pobreza una fuente de inspiración y rédito. La pobreza seduce y, en última instancia, suele ser la mejor escenografía para que otros actores proyecten los fantasmas que los asedian cotidianamente.
 
César González hizo del cine una manera de experimentar qué puede un cuerpo. Después de tantas películas y cortometrajes, tantas charlas y programas de radio, y, sobre todo, tanta poesía, llegó el momento de hacer un balance. En El fetichismo de la marginalidad el autor se detiene y hace un inventario. Sabemos que las cosas tienen sus historias y contingencias, pero también siguen rumbos donde juega el azar".
 
Esteban Rodríguez Alzueta, en el prólogo.