La potencia de la poesía de Andrea Alzati reside en la mixtura de su precisión estructural y la aparente sobriedad en el estilo, como revelan las dos obras breves que reúne este volumen: «Todos mis quchillos» y «Cursivas». «Todos mis quchillos» es la serie de elementos que aparecen y desaparecen por voluntad de una máquina estereotipada -la voz poética- que cambia las cosas de lugar para demostrarle al lector que el orden de los factores sí altera el resultado. Donde antes había un plato, el mar rompe en una mandarina; sobre la manzana que presume con orgullo el cuchillo que la atraviesa, los ojos de tres generaciones de mujeres. Así desfilan los elementos, inquietos y versátiles sobre esta banda mecánica que a cierta distancia podría revelarnos lo que de cinta de Moebius tiene la poesía. «Cursivas» puede ser leída como un corrimiento del eje, una mirada estrábica que se dirige a la periferia de las cosas, un desplazamiento del ojo forzado a discriminar lo íntimo de lo cotidiano. Y desde ese lugar, alzar la voz: «Sembré una lombriz y crecieron flores y todas tenían mi cara y ninguna quería verme»

TODOS MIS QUCHILLOS

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 La potencia de la poesía de Andrea Alzati reside en la mixtura de su precisión estructural y la aparente sobriedad en el estilo, como revelan las dos obras breves que reúne este volumen: «Todos mis quchillos» y «Cursivas». «Todos mis quchillos» es la serie de elementos que aparecen y desaparecen por voluntad de una máquina estereotipada -la voz poética- que cambia las cosas de lugar para demostrarle al lector que el orden de los factores sí altera el resultado. Donde antes había un plato, el mar rompe en una mandarina; sobre la manzana que presume con orgullo el cuchillo que la atraviesa, los ojos de tres generaciones de mujeres. Así desfilan los elementos, inquietos y versátiles sobre esta banda mecánica que a cierta distancia podría revelarnos lo que de cinta de Moebius tiene la poesía. «Cursivas» puede ser leída como un corrimiento del eje, una mirada estrábica que se dirige a la periferia de las cosas, un desplazamiento del ojo forzado a discriminar lo íntimo de lo cotidiano. Y desde ese lugar, alzar la voz: «Sembré una lombriz y crecieron flores y todas tenían mi cara y ninguna quería verme»