Otras vidas’ reúne perfiles biográficos, entrevistas, prólogos y reseñas que Marosa escribió durante las últimas décadas de su vida y en donde da cuenta de su cosmos literario, con sus planetas, estrellas y cometas.

En estos textos la poeta habla de sus fuentes, de sus colegas, de los libros que le gustaban, de sus amigas, de su mundo. Escribe sobre escritoras (y algunos escritores) fundamentalmente uruguayas (aunque también de otras latitudes), que en conjunto conforman el bellísimo parnaso marosiano.

Según dice el poeta y ensayista uruguayo Eduardo Espina en el prólogo: «Con una impermeable ligereza característica de su condición, vivía su permanencia de tránsito en el lugar o tiempo donde le tocara estar. Salía a la realidad con su plan interpretado, cargando con ella un sistema de aprendizaje y absorción que no volvían obligatorio el regreso inmediato al orden del mundo. A la mirada la hacía responsable de sus asombros.

Marosa andaba por donde le tocara, iluminada por el sol de su infancia, aunque eso no apareciera mencionado en los noticieros de sus días. Si bien era una mujer de modales impecables, una dama en ejercicio constante de una ralea victoriana, no era alguien fácilmente accesible que anduviera regalando ritos de gregaria adulación al primero que apareciese. Era muy amiga de sus amigos, de lealtad a prueba de fuego, aunque también muy distante con los desconocidos. Marosa fue ánima y animal fluvial, de las que aparecen cuando hay una orilla cerca».

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Otras vidas’ reúne perfiles biográficos, entrevistas, prólogos y reseñas que Marosa escribió durante las últimas décadas de su vida y en donde da cuenta de su cosmos literario, con sus planetas, estrellas y cometas.

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Según dice el poeta y ensayista uruguayo Eduardo Espina en el prólogo: «Con una impermeable ligereza característica de su condición, vivía su permanencia de tránsito en el lugar o tiempo donde le tocara estar. Salía a la realidad con su plan interpretado, cargando con ella un sistema de aprendizaje y absorción que no volvían obligatorio el regreso inmediato al orden del mundo. A la mirada la hacía responsable de sus asombros.

Marosa andaba por donde le tocara, iluminada por el sol de su infancia, aunque eso no apareciera mencionado en los noticieros de sus días. Si bien era una mujer de modales impecables, una dama en ejercicio constante de una ralea victoriana, no era alguien fácilmente accesible que anduviera regalando ritos de gregaria adulación al primero que apareciese. Era muy amiga de sus amigos, de lealtad a prueba de fuego, aunque también muy distante con los desconocidos. Marosa fue ánima y animal fluvial, de las que aparecen cuando hay una orilla cerca».