«En la ciudad se pierde la noción de las horas del día, del paso del tiempo. En el campo es imposible», empieza diciendo el narrador de esta historia, que a continuación va desgranando su día a día en una casa con una huerta donde se ha aislado de todo y de todos, tratando, acaso, de huir de sí mismo. El tiempo ahí casi se palpa, avanza sin premuras y permite sentir los detalles más minúsculos: los insectos, los ruidos, una hoja que cae, el olor de la tierra húmeda...

Esta historia empieza en enero, y se nos cuenta en capítulos que abarcan varios meses. El protagonista establece vínculos mínimos con personas del entorno rural en el que se ha autoexiliado, recuerda su infancia –aquel italiano veterano de alguna guerra que se ahorcó al confundir las luces del pueblo con fogonazos de cañones; aquellas historias que contaba la abuela, acaso reales, acaso sacadas de alguna película...–, evoca su llegada a la ciudad como estudiante, el interés por la estructura de las historias que contamos, el empeño en desentrañar el secreto de su funcionamiento; y evoca su relación con Ciro y su ruptura con él, que lo ha traído hasta ahí.

Esta novela sutil, elusiva y bellísima aborda el duelo de una ruptura, la soledad que activa todos los sentidos, la sabiduría secreta de los versos iluminadores de algunos poetas, la necesidad de contarnos historias... Este es un libro sobre el tiempo que pasa y sobre el llano en el que habita un hombre que cultiva una huerta y mira y recuerda y escribe.

«Después de ser abandonado por su novio, un escritor decide volver al campo. Alquila una casa y dedica los días, las semanas, los meses, a cultivar zapallos, lechugas, achicorias, a pelear con los yuyos y las hormigas, a criar gallinas, mientras intenta comprender los motivos por los que fue rechazado y rememora la historia de sus ancestros, llegados del Piamonte a principios del siglo veinte. “Contar una historia cambia a quien la cuenta”, nos dice el protagonista de esta novela, quien entiende la escritura como una manera de atarse a la vida. Pero leerla también nos cambia, nos hace sentir que incluso en los peores momentos hay una tierra en la que podemos apoyar los pies e inclinarnos para encontrar la paz y una literatura a la que es posible encomendarse para reconciliarnos con nosotros mismos» (Juan Pablo Villalobos, miembro del jurado).

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«En la ciudad se pierde la noción de las horas del día, del paso del tiempo. En el campo es imposible», empieza diciendo el narrador de esta historia, que a continuación va desgranando su día a día en una casa con una huerta donde se ha aislado de todo y de todos, tratando, acaso, de huir de sí mismo. El tiempo ahí casi se palpa, avanza sin premuras y permite sentir los detalles más minúsculos: los insectos, los ruidos, una hoja que cae, el olor de la tierra húmeda...

Esta historia empieza en enero, y se nos cuenta en capítulos que abarcan varios meses. El protagonista establece vínculos mínimos con personas del entorno rural en el que se ha autoexiliado, recuerda su infancia –aquel italiano veterano de alguna guerra que se ahorcó al confundir las luces del pueblo con fogonazos de cañones; aquellas historias que contaba la abuela, acaso reales, acaso sacadas de alguna película...–, evoca su llegada a la ciudad como estudiante, el interés por la estructura de las historias que contamos, el empeño en desentrañar el secreto de su funcionamiento; y evoca su relación con Ciro y su ruptura con él, que lo ha traído hasta ahí.

Esta novela sutil, elusiva y bellísima aborda el duelo de una ruptura, la soledad que activa todos los sentidos, la sabiduría secreta de los versos iluminadores de algunos poetas, la necesidad de contarnos historias... Este es un libro sobre el tiempo que pasa y sobre el llano en el que habita un hombre que cultiva una huerta y mira y recuerda y escribe.

«Después de ser abandonado por su novio, un escritor decide volver al campo. Alquila una casa y dedica los días, las semanas, los meses, a cultivar zapallos, lechugas, achicorias, a pelear con los yuyos y las hormigas, a criar gallinas, mientras intenta comprender los motivos por los que fue rechazado y rememora la historia de sus ancestros, llegados del Piamonte a principios del siglo veinte. “Contar una historia cambia a quien la cuenta”, nos dice el protagonista de esta novela, quien entiende la escritura como una manera de atarse a la vida. Pero leerla también nos cambia, nos hace sentir que incluso en los peores momentos hay una tierra en la que podemos apoyar los pies e inclinarnos para encontrar la paz y una literatura a la que es posible encomendarse para reconciliarnos con nosotros mismos» (Juan Pablo Villalobos, miembro del jurado).