Hay una pintura de Leonora Carrington que se llama Libro de cabecera que, en tonos de colores tenues, anuncia un misterio. El personaje femenino con manos delicadas sostiene un ejemplar de tapas rojas, tramas emaginarias de animales y vegetales adornan y rodean sus aposentos. Una fragil e ingravida planta, guardiana de lo extraño, cuida todo lo que sucede y un monstruo agazapado aparece sigiloso desde la gran cama. La historia del arte cuenta con un maravilloso compendio donde mujeres y niñas lesctoras son retratadas y la poesia por su parte, en un catalogo donde el tema es la pintura. Este canon singular, inclusive secreto, dispone de una diversidad organica de cruces de un tejido visual, linguistico donde las referancias se tornan amorfas y salvajes, hablan ojos androginos. El poemario Los caprichos de Leonora de Mariela Laudecina habita el territorio de esa estirpe preciosa, alli, donde el lenguaje se torna materia pictorica, carnalidad y vigilia oracular del mundo. La mirada se repliega en la palabra y la vision en la lengua para ofrecer, en esa circularidad de confines sombrios, una tregua a lo que muere. La escritora es la medium que traduce a sinbolos legibles lo extraño de la imagen, aquello que deviene magico o de otras regiones. Hemos sido elegidos para la repeticion / La muerte hace lo que puede escribe Laudecina y capta, asi, el eclipse del deseo de Leonora, la pintura que al final, en el tiempo y el espacio, logra acariciar el origen. El destino forja una joya magnetica en nosotros y hacia ahi nos dirigimos, sin demasiada resistencia. Carrington ya pinto una vez, la silueta ensoñada de Laudecina lectora, en la noche del monstruo modelo la veladura imperceptible de ese movimiento enigmatico y en corazon resplandeciente de la pintura le dicto todos sus caprichos.

Mariana Robles

Los caprichos de Leonora

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Hay una pintura de Leonora Carrington que se llama Libro de cabecera que, en tonos de colores tenues, anuncia un misterio. El personaje femenino con manos delicadas sostiene un ejemplar de tapas rojas, tramas emaginarias de animales y vegetales adornan y rodean sus aposentos. Una fragil e ingravida planta, guardiana de lo extraño, cuida todo lo que sucede y un monstruo agazapado aparece sigiloso desde la gran cama. La historia del arte cuenta con un maravilloso compendio donde mujeres y niñas lesctoras son retratadas y la poesia por su parte, en un catalogo donde el tema es la pintura. Este canon singular, inclusive secreto, dispone de una diversidad organica de cruces de un tejido visual, linguistico donde las referancias se tornan amorfas y salvajes, hablan ojos androginos. El poemario Los caprichos de Leonora de Mariela Laudecina habita el territorio de esa estirpe preciosa, alli, donde el lenguaje se torna materia pictorica, carnalidad y vigilia oracular del mundo. La mirada se repliega en la palabra y la vision en la lengua para ofrecer, en esa circularidad de confines sombrios, una tregua a lo que muere. La escritora es la medium que traduce a sinbolos legibles lo extraño de la imagen, aquello que deviene magico o de otras regiones. Hemos sido elegidos para la repeticion / La muerte hace lo que puede escribe Laudecina y capta, asi, el eclipse del deseo de Leonora, la pintura que al final, en el tiempo y el espacio, logra acariciar el origen. El destino forja una joya magnetica en nosotros y hacia ahi nos dirigimos, sin demasiada resistencia. Carrington ya pinto una vez, la silueta ensoñada de Laudecina lectora, en la noche del monstruo modelo la veladura imperceptible de ese movimiento enigmatico y en corazon resplandeciente de la pintura le dicto todos sus caprichos.

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