La Cenicienta… no solo pone en duda esa premisa de “vivir felices y comer perdices” de los cuentos clásicos sino que hace una especie de relato invertido: en éste escrito por la cuentista aragonesa Nunila López Salamero, la boda es lo primero que ocurre y lo que empieza a poner en duda todo lo demás. Porque a diferencia de la historia oficial sobre las princesas, a esta le gusta divertirse, es “normal” desde el principio (no es una huérfana castigada ni una bruja malvada) y sin embargo, cae en la trampa del amor romántico. Viendo el mundo desde unos incómodos tacos y obligada a cocinar perdices siendo vegetariana, esta cenicienta empieza a ver cómo sus pies se pudren en zapatos imposibles al ritmo que su alma se marchita en un hogar infeliz. Cuando lo cuenta es reprimida, de manera que las otras voces que aparecen, no son aliadas y el laberinto parece encarnar su mejor tesoro. De la soledad emerge la certidumbre: verse a si misma desde afuera, reírse de esa imagen “tacuda” y tener la piedad para perdonarse por tanta ingenuidad. Los hombres no son príncipes y nadie puede salvarte si no pensás profundamente en tus deseos. (...) Una hermosa manera de contarles a nuestrxs niñxs que las mujeres podemos estar sin pareja (nunca “solitas” o “solteronas”) y ser creativas, gozosas y felices, aunque descubrirlo nos lleve un buen tiempo. Extracto de nota de Flor Monfort publicada por Página12 el 15/01/2016
La Cenicienta Que No Quería Comer Perdices
La Cenicienta… no solo pone en duda esa premisa de “vivir felices y comer perdices” de los cuentos clásicos sino que hace una especie de relato invertido: en éste escrito por la cuentista aragonesa Nunila López Salamero, la boda es lo primero que ocurre y lo que empieza a poner en duda todo lo demás. Porque a diferencia de la historia oficial sobre las princesas, a esta le gusta divertirse, es “normal” desde el principio (no es una huérfana castigada ni una bruja malvada) y sin embargo, cae en la trampa del amor romántico. Viendo el mundo desde unos incómodos tacos y obligada a cocinar perdices siendo vegetariana, esta cenicienta empieza a ver cómo sus pies se pudren en zapatos imposibles al ritmo que su alma se marchita en un hogar infeliz. Cuando lo cuenta es reprimida, de manera que las otras voces que aparecen, no son aliadas y el laberinto parece encarnar su mejor tesoro. De la soledad emerge la certidumbre: verse a si misma desde afuera, reírse de esa imagen “tacuda” y tener la piedad para perdonarse por tanta ingenuidad. Los hombres no son príncipes y nadie puede salvarte si no pensás profundamente en tus deseos. (...) Una hermosa manera de contarles a nuestrxs niñxs que las mujeres podemos estar sin pareja (nunca “solitas” o “solteronas”) y ser creativas, gozosas y felices, aunque descubrirlo nos lleve un buen tiempo. Extracto de nota de Flor Monfort publicada por Página12 el 15/01/2016
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