"Un oso de peluche descosido, sucio, roto, tirado en medio del descampado helado al borde de una ciudad nevada. Un juguete descartado. La estampa cotidiana de un crimen aceptado y anónimo: el abandono de aquello que alguna vez abrazamos con afecto, con ternura, con deseo. La ciudad es Praga y el testigo conmovido por ese juguete atrofiado es Pedro, un niño bajo la nieve. Esta fábula realista llamada Flora, mi osito, donde todo lo que sucede no tiene ni un gramo de fantasía, es la creación de la escritora y pintora checa Daisy Mrázková.
(...) Ese osito adoptado por un niño se convierte inmediatamente en una cuestión de familia, su madre y su hermana proponen lavarlo para darle una nueva vida. La etapa de reinvención del osito se completa con el vestido rosa con flores que pertenecía a una muñeca. “Vestido así, parece una chica.” Ahora rebautizado Flora, la familia inventa una vida alrededor del osito, ya no es el juguete de un niño, sino la mascota de todes.
A partir de ese punto de partida, las aventuras de la familia y el osito traen varias novedades en el nivel de la fábula: pareciera que gracias al contexto socialista no solo el cuento infantil evita todos los clisés capitalistas del deseo como consumo (el acceso al juguete por medio del dinero), sino que también deja fuera de campo el binarismo celeste-rosa de la industria infantil. La transgresión lúdica aparece como contracara de lo industrial gracias al reciclaje: el juguete como collage, como creación colectiva mixta, la alianza entre hermano-hermana donde en el juego se reúnen, complementan y confunden las instancias de sexualización afectiva, pero sin que lo femenino o masculino sea cristalizado sino que aparezca espontáneo, cambiante, como el trazo irregular de Mrázková, que a veces es de colores sólidos, a veces texturados, siempre fluctuante.
(...) Flora escapa a la tradicional dicotomía Pelota-Muñeca, a la educación conservadora por medio del juego como casillero, como cárcel del género. En su materialismo pictórico, donde cada trazo de pincel se exhibe como tal, las viñetas de la historia van tramando un relato texturado que no solo tiene la valentía moderna del final abierto que se merece, donde no se clausura en felicidad ni fracaso el proyecto del juguete-frankenstein, sino que además puede demostrar que un relato que cumple casi 45 años aún contiene la fuerza para poner en crisis el presente."
(por Diego Trerotola, para el suplemento Soy de Página 12)
Flora, mi osito
"Un oso de peluche descosido, sucio, roto, tirado en medio del descampado helado al borde de una ciudad nevada. Un juguete descartado. La estampa cotidiana de un crimen aceptado y anónimo: el abandono de aquello que alguna vez abrazamos con afecto, con ternura, con deseo. La ciudad es Praga y el testigo conmovido por ese juguete atrofiado es Pedro, un niño bajo la nieve. Esta fábula realista llamada Flora, mi osito, donde todo lo que sucede no tiene ni un gramo de fantasía, es la creación de la escritora y pintora checa Daisy Mrázková.
(...) Ese osito adoptado por un niño se convierte inmediatamente en una cuestión de familia, su madre y su hermana proponen lavarlo para darle una nueva vida. La etapa de reinvención del osito se completa con el vestido rosa con flores que pertenecía a una muñeca. “Vestido así, parece una chica.” Ahora rebautizado Flora, la familia inventa una vida alrededor del osito, ya no es el juguete de un niño, sino la mascota de todes.
A partir de ese punto de partida, las aventuras de la familia y el osito traen varias novedades en el nivel de la fábula: pareciera que gracias al contexto socialista no solo el cuento infantil evita todos los clisés capitalistas del deseo como consumo (el acceso al juguete por medio del dinero), sino que también deja fuera de campo el binarismo celeste-rosa de la industria infantil. La transgresión lúdica aparece como contracara de lo industrial gracias al reciclaje: el juguete como collage, como creación colectiva mixta, la alianza entre hermano-hermana donde en el juego se reúnen, complementan y confunden las instancias de sexualización afectiva, pero sin que lo femenino o masculino sea cristalizado sino que aparezca espontáneo, cambiante, como el trazo irregular de Mrázková, que a veces es de colores sólidos, a veces texturados, siempre fluctuante.
(...) Flora escapa a la tradicional dicotomía Pelota-Muñeca, a la educación conservadora por medio del juego como casillero, como cárcel del género. En su materialismo pictórico, donde cada trazo de pincel se exhibe como tal, las viñetas de la historia van tramando un relato texturado que no solo tiene la valentía moderna del final abierto que se merece, donde no se clausura en felicidad ni fracaso el proyecto del juguete-frankenstein, sino que además puede demostrar que un relato que cumple casi 45 años aún contiene la fuerza para poner en crisis el presente."
(por Diego Trerotola, para el suplemento Soy de Página 12)
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