Como hablantes ideales del lenguaje de la historieta, De Santis y Sáenz Valiente mantienen con él una relación particular: lo dominan con fluidez como a la lengua materna, pero lo diseccionan con estudioso respeto como a una lengua extranjera; saben descifrar sus escrituras más enrevesadas, pero trazan sus signos con el esmero de calígrafos japoneses. A De Santis le agrada inventar personajes que parecen decadentes o crepusculares (“Los problemas de la juventud sin las energías de la juventud” dirá el boticario Cobalto al encarar una nueva aventura), aunque en realidad están llenos de vida, llenos de una obsesión que es su motor inmóvil, “que mueve sin ser movido”. Y Sáenz Valiente sabe graficar como muy pocos ese núcleo divino (heroico) y el ambiente en el que se desenvuelven esas criaturas. Del prólogo de Hernán Martignone.

Cobalto

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Como hablantes ideales del lenguaje de la historieta, De Santis y Sáenz Valiente mantienen con él una relación particular: lo dominan con fluidez como a la lengua materna, pero lo diseccionan con estudioso respeto como a una lengua extranjera; saben descifrar sus escrituras más enrevesadas, pero trazan sus signos con el esmero de calígrafos japoneses. A De Santis le agrada inventar personajes que parecen decadentes o crepusculares (“Los problemas de la juventud sin las energías de la juventud” dirá el boticario Cobalto al encarar una nueva aventura), aunque en realidad están llenos de vida, llenos de una obsesión que es su motor inmóvil, “que mueve sin ser movido”. Y Sáenz Valiente sabe graficar como muy pocos ese núcleo divino (heroico) y el ambiente en el que se desenvuelven esas criaturas. Del prólogo de Hernán Martignone.